"It's better to burn out than to fade away"
(Neil Young)
martes, 1 de septiembre de 2009
Gramsci
Esta tarde, hai unes hores, despidimos a Gramsci. Gramsci yera’l nuestru perru. Dalgún día voi tener que contar tolo qu’agora nun tengo ánimu pa contar: doce años dan pa muncho. Pero agora nun ye’l momentu. Adiós, compañeru.
Xandru, supongo que no te quedó cuerpu, pero tengo yo una perruca d´auguas (pejina, de la costa oriental cántabra) de tres años, blanca y candial, que no soi p´atender. Valóralo, si quiés. Llámase Luga, polo branca, cumo los rayos de luz enos días de tormenta.
Era negra y me quitó muchos miedos. En un cajón guardo alguno de sus dientes, pelo azabache, su correa de cuero y fotos. Muchas. Cuando ocurrió ella tenía trece años y yo sentía que se me había muerto el hueco de su cuerpo en mi coche, sus lamidas matutinas, el salto para robo del lápiz en las largas noches de estudio (como si me dijera, "Ya te vale, ven a la cama"), ser recibida como debieron serlo sólo los dioses... Podría apuntalar mucho más. Leí, entonces, en pleno duelo, que ellos nos regalaban la inmortalidad: nacían y morían ante tus ojos. Es empatía, porque a veces aún me cuesta mirar la caja de los recuerdos. La cura: el tiempo. Un abrazo, Natalia
8 comentarios:
¿Morrió'l perru aquel tan tranquilu qu'andaba per casa cuando fui a entrevistate? Cuánto lo siento, nin. Un abrazu pa ti y pa Silvia.
Siéntolo de verdá.
Se lo que ye. De nenu tuve a Luni y hasta va poco tuvimos a Oto. Besos y abrazos.
Gracies a toos.
Xandru, supongo que no te quedó cuerpu, pero tengo yo una perruca d´auguas (pejina, de la costa oriental cántabra) de tres años, blanca y candial, que no soi p´atender. Valóralo, si quiés. Llámase Luga, polo branca, cumo los rayos de luz enos días de tormenta.
Un robráu abrazu,
Serrón
Agradézotelo de veres, Serrón, ye un detalle. Pero ye como dices: de momentu, nun tenemos ánimu pa ello. Cuida muncho a Luga. Un abrazu.
Era negra y me quitó muchos miedos. En un cajón guardo alguno de sus dientes, pelo azabache, su correa de cuero y fotos. Muchas. Cuando ocurrió ella tenía trece años y yo sentía que se me había muerto el hueco de su cuerpo en mi coche, sus lamidas matutinas, el salto para robo del lápiz en las largas noches de estudio (como si me dijera, "Ya te vale, ven a la cama"), ser recibida como debieron serlo sólo los dioses... Podría apuntalar mucho más. Leí, entonces, en pleno duelo, que ellos nos regalaban la inmortalidad: nacían y morían ante tus ojos.
Es empatía, porque a veces aún me cuesta mirar la caja de los recuerdos. La cura: el tiempo.
Un abrazo,
Natalia
Así es, Natalia. Imposible explicarlo mejor.
Un abrazo, y gracias.
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